Profesional:
Psiquiatra Valeska López López
Docentes:
Mariana Davidovich
Luciana Murillo
“Alojar/ acoger”, me quedo con esas palabras dichas en nuestro último encuentro de la institución Ulloa…
Llevaba semanas pensando el tema que elegiría para cerrar este ciclo, período, transito acompañamiento, pero nada emergía. Hacía esfuerzos por encontrar un objeto de deseo teórico que causara mi deseo, pero eran infructuosos. Hasta hoy, que, en la última jornada de este posgrado, emergió el objeto causa comandado por un significante “acoger”, y que me ha impulsado a comenzar este escrito con destino incierto, pues habla en mis letras el deseo de anudar esta experiencia a significantes, que construyan un sentido que hasta ahora desconocía.
Y es que ante la consigna: “Escriban (sobre lo que trabajamos en el curso)/escriba”; el inconsciente escribe desde lugares que, más allá de la voluntad del yo, empujan por hacerse presentes.
No fue entonces hasta hoy, que pude ver/leer/escuchar el lugar que este post grado había ocupado para mi y si se quiere, el lugar que el psicoanálisis ha ocupado en mi vida desde que decidiera estudiarlo, practicarlo y atravesarlo. Y es que ¿existe un mejor significante que “acoger” para encarnar (si eso en posible) el sentido del psicoanálisis?
En un análisis, el analizante busca, sin saberlo, un lugar donde su palabra sea alojada, un lugar en que esta circule. Desanudando significantes que otorgan sentidos que fijan y obstruyen el deseo, para dar paso a nuevas articulaciones significantes que posibiliten la función movilizadora del deseo. Son tantos los casos de adolescentes que recibo en la residencia de rehabilitación de drogas donde me desempeño, que llegan “atrapados” por significantes familiares, y sociales que los han fijado en una identidad, en un lugar, en una función, de la que les resulta muy difícil “escapar”. Y es que desarticular los significantes que les han dado un lugar (sea este positivo o negativo), implica perder/se por un momento, implica atravesar el duelo de aquel lugar que han ocupado hasta entonces y que ha construido su identidad. Ese transito nunca es fácil, mucho menos durante la adolescencia, y aún más difícil si dicha etapa del desarrollo la atravesamos solos, sin contención, sin otro que nos mire y nombre con amor.
Hasta aquí parece sencillo concluir que la vida implica un duelo (o la consecusión de varios) permanente, y puede que haya en ello una verdad, y que sea esa la razón de que las letras de mi inconsciente me hayan llevado a hablar aquí, desde el lugar de mi propio duelo. Volvamos entonces a pensar en como la consigna “escriban…” enunciada en nuestro postgrado, posibilita la elaboración del propio duelo. Es cierto que un posgrado en psicoanálisis no es en ningún caso un análisis en sí mismo, pero en mis breves 10 años de vinculación al psicoanálisis, como estudiante, analizante y analista, puedo decir que una vez abierto el “grifo” del psicoanálisis, este siempre permanecerá “filtrando”, dispuesto a ser abierto cada vez que emerjan significantes que desanuden el síntoma. Puedo decir entonces que es esto lo que encontré en este postitulo, un lugar donde mi palabra fuera acogida, en el momento que una multiplicidad de duelos recientemente experimentados, detuvieron mi palabra, desalojándola/exiliandola de la cadena. Extranjera en mi propia historia, en mi propio cuerpo producto del reciente fallecimiento de mi padre, quien fuera exiliado con nosotros, su familia a Argentina. Y yo, exiliada de la palabra, de la escucha. Con su muerte se desarticuló un lugar de escucha, un lugar donde sentirse acogida; un lugar donde circulaba la palabra. Entonces, sin saberlo, me arrojé a la búsqueda de un lugar nuevo, uno donde mi palabra resonara, donde la escucha fuera el eje rector y donde mi modo de pensar la clínica psicoanalítica se sintiera acogida. Sin saberlo, hasta hoy, fue eso lo que encontré en Ulloa, un lugar de pertenencia, al que perteneció mi padre, y una parte de mi historia familiar, y es que el inconsciente empuja más allá de la voluntad del yo.
Mi intención inicial era escribir sobre un caso clínico que permitiera elaborar brevemente algunos conceptos teóricos sobre el duelo, sin embargo la experiencia de mi propio duelo es lo que ha empujado mis letras hoy. Responder a dicha insistencia, me pareció lo màs justo y coherente con las aspiraciones del psicoanálisis: permitir que emerja y funcione el deseo.
Freud nos dirá que lo “normal” es que al perder el yo al objeto que había investido libidinalmente, direccione esa carga energética –libido– hacía otro objeto; ello sin duda no ocurre de manera inmediata, pero finalmente el yo logra desinvestir lo que ha perdido y su libido – podemos decir– continúa en circulación. A este proceso lo definirá como duelo, caracterizándose este – y diferenciándose de la melancolía– por una perdida de objeto real; es decir que el yo, tiene plena conciencia de aquello que ha perdido, en palabras de Freud: “ El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto. A ello se opone una comprensible renuencia; universalmente se observa que el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal, ni aún cuando su sustituto ya asoma[…]. Lo normal es que prevalezca el acatamiento de la realidad. Pero la orden que esta imparte no puede cumplirse enseguida. Se ejecuta pieza por pieza con un gran gasto de tiempo y de energía de investidura , y entretanto la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico”….”Una vez cumplido el trabajo del duelo el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido”.[1]
Es entonces el transito de este, mi duelo, el que ha empujado mi deseo a este espacio, sin abandonar la posición libidinal ante el objeto amado y perdido, pero sí reconduciendo la libido hacía nuevos objetos de deseo que movilicen.
Ibídem. Pág. 243